sábado, mayo 29, 2010

Notas y pequeñas frases.

Termino de leer un artículo del Ridest Digest, sí, es como leerse el TV y Novelas o cualquier texto de esos digeribles de Paulo Coelho peor aún, el manual de los vendedores exitosos. Todavía más exasperante es escribir textos sin relevancia sobre París, sin la esencia de sus calles, sino como un mero escrito demostrativo.

Así me sentí después de leer este artículo de la famosa revista internacional. Confieso que la sección de libros tiene cosas interesantes, claro está, jamás encontraremos un texto fenomenológico bien latinoamericano a la Fuentes o que en los relatos de pueblos de nuestras latitudes exista una lluvia de ranas verdes o rojas.

Pero a veces es bien necesario. Es bien necesario ir al cine para ver un film de terror barato o disfrutar de una comida completa en el microondas, con un supuesto queso camembert que te nombraba la caja de ese platillo de carne desconocida en este continente.

Es a veces divertido poder jugar un soccer sin reglas o inventar unas olimpiadas de recorrido de alto rendimiento, pero en el parque local, sólo para ejercitar a la mascota de un buen amigo.

Resulta inclusive excitante esperar una clase de baile neoyorquino donde simplemente lo único que sabes es que no tienes ni idea de los que pasará. Es inmejorable en esos instantes desconectar la mente y dejarte llevar por el momento, lo simple, lo muy básico y hasta si se quiere, lo intelectualmente rústico.

De ello nace todo lo bueno. No existiría el verdadero y único queso camembert normando, si primero no se hubiera descubierto no sé, el queso blanco común que le ponen a los emparedados de caja del Lonchibon.

No apreciariamos de la misma forma el virtuosismo de los músicos de jazz, la inventiva de Radiohead, la calidad del cine de Almodóvar, el induscutible trabajo de Harold Pinter; si en la escena no se presentara la música de cualquier banda plástica de pop mexicano o italiano, las películas de Hollywood donde todo explota y claro está, las novelas y artículos del Readest Digest o de Paulo Coelho.

Si queremos apreciar lo bueno de las cosas debemos remontarnos a lo básico. A reir con un sitcom de la WB, a competir en una liga de tercera, a beber una cerveza muy barata, a escuchar letras simples o informales como le llaman ciertos intérpretes de las peñas.

Y sí, también a veces es divertido y necesario reflexionar cosas como estas para expresarlas en un espacio público, como en este sitio de internet. Ligero, básico, sin complicaciones, simple, sin rodeos. Nos ayuda a apreciar lo sublime, lo bello, nos ayuda a ser más humanos, a estar menos perturbados.

lunes, mayo 24, 2010

Dos fresnos.

Lo admito. Soy profundamente estacional. Amo las primaveras con polen, veranos de calor a 40 celsius, otoños donde las hojas caen y claro, inviernos muy nevados.

Desafortunadamente en la latitud donde es mi actual casa no existe nada de eso. Las primaveras son en extremo calurosas, en invierno no cae ni aguanieve, el otoño es ambivalente y mis veranos pasan por lluvias torrenciales.

Esto me deja en un estado mental a menudo desastroso. Es claro, las estaciones del año reflejan sentimientos de la Naturaleza y ciclos en un periodo de tiempo. En mí, simplemente al estar aquí lidiando con 40 celsius en abril o con lluvias londinenses en pleno agosto, me confunde en mi cuerpo, en mi mente, en mis sentimientos y en espíritu.

Es raro escuchar un éxito del OK Computer en pleno verano, o bailar a todo cuerpo en marzo. Me es difícil, muy complicado con un frío apenas con aire adhoc a un mes de enero, sin nieve, sin trineos y sin esquiar cuesta arriba.

Es complicado reflexionar en otoño sin caída de hojas y sin tonos amarillentos en los parques de la ciudad. Es traumático querer probar una nieve de excentric maracuya cuando a las 4 de la tarde oscurece como si fuera noviembre, pero en pleno julio.

No puedo adaptarme a ello. Sólo me queda observar detalles, (maldita sea, esa palabra de nuevo). Observo que existe un espacio de 30 metros donde las estaciones si se dan.

Cuando era niño teníamos un fresno en el jardín de aquella casa, todos los árboles se burlaban de él, porque en octubre comenzaba a deshojarse y en diciembre quedaban sólo ramas inertes, ¡Ah! como cualquier bosque sueco promedio.

La primavera nos alcanzaba y ese viejo amigo, ese fresno, florecía y era más verde que todos los árboles juntos. Lo lograba en latitudes más nobles. Tiempo después nos mudamos y la familia se llevó el fresno a esta ciudad, sólo vivió 3 ciclos, las poco definidas estaciones de esta latitud lo agobiaron.

Me siento como aquel fresno, sacado de mi sitio para estar en esta latitud de incongruencia, de indefinición, de otoños sin hojas que caen y veranos lluviosos. Salgo a la acera y descubro 30 metros de certeza, es lo que separa a dos nuevos fresnos.

Llevo dos años observándoles, uno paralelo a otro, 30 metros les separan. En octubre si caen las hojas en ese espacio, en verano estan a pleno a calor, en primavera florecen.

¿Cómo en un sitio tan despiadado, tan de pocas definiciones, suceden cosas tan increíbles como la vida de estos dos fresnos? Estos dos seres se vuelven ejemplo. Para recordar que existe la forma de llevar no nadamáas las estaciones a buen puerto, sino tambien de que nada detiene a una buena intención y a las reflexiones auténticas...

sábado, mayo 15, 2010

Cuarenta y tres mil doscientos minutos.

Mientras el jardinero poda el césped, realizo cuentas con mi vieja sumadora Texas Instruments, que suena a caja de vieja tienda Aurrerá. Medito sobre estos casi 45 mil minutos.

Minutos en que se me fundió el cerebro, otros más, unos 439, de disertaciones y otros de conclusiones que no concluyen y quedan ahí, esperando.

Los primeros 1000 minutos. Duros, de música británica de esa que desgarra, que desnuda almas y que sólo pide un Please, don't leave...

Otros minutos de disección de querer salir y de más espera. Your tiny hands, Your crazy kitten smile... Please, don't leave.

Agudas son las conclusiones, también aguda es la razón, siendo así, ¿Por qué la agudeza no lo puede resolver? ¿Por qué no es explicable? ¿Y por qué mucho menos entendible? Por trigésima tercera vez: Please, don't leave. I'll dress like your niece. And wash your swollen feet...

Casi 45 mil minutos, los más extensos de los que se tiene memoria. Unos miles de llanto, otros millares de convencimientos, otras centenas de espera, mucha espera. Just don't leave...Don't leave.

Minutos extensos. Doy un sorbo a mi copa de Merlot, volteo al cielo, llueve... Que lluevan cartas, cartas venidas del Océano Atlántico. Si, cartas oceánicas les dicen. En sus sobres líquidos y escritas con granos de arena coloreada, espuma de mar que lleva la brisa a 2214 metros sobre tu nivel. Por ello son mágicas, porque trepan las montañas. Las suben, las esquían, esquían hacia arriba. I'll drown my beliefs...To have your babies.

La cuenta está cerca de los 45 mil minutos, las cartas oceánicas a punto de llegar. Un mensaje alentador, de espera talvez, de conclusiones no concluídas, paradojas y términos, generalidades y nominaciones, así es como funciona en esta latitud. And true love waits, In haunted attics...

Vivo esto, llueve. Las cartas esquían hacia arriba, cuesta arriba, yo espero, doy otro sorbo y desordeno en mi desordenado orden de ideas, canciones británicas. And true love lives. On lollipops and crisps...Just don't leave, Don't leave.

lunes, mayo 03, 2010

Fin de semana en jueves. Paseo por el Río Aare. Parte 3 de 3.

El recorrido de salida de la Estación Central fue muy corto. Vi muy deprisa los restos de la antigua estación, que fueron convertidos en un museo muy breve. Salimos a la calle, a la parada llamada  Bahnhof, mi anfitriona y yo tomamos la línea de autobús No. 11, camino a Blumplitz.

Después de algunas paradas con nombres alemanes, de pasar huertos administrados por unos chilenos y bolivianos pasamos el puente que va a Koniz y llegamos a nuestro destino, Bumplitz. Después de 6 ó 7 paradas llegamos a nuestro destino de estancia, Bumplitz en la acera Werkgasse.

Me instalé tan pronto como pude, ya eran como las 6 de la tarde, haciendo cuentas ya eran unas 24 horas de que había salido de la Ciudad de México, era jueves y el clima estaba nublado. Tomé una ducha y me cambié de ropa. Pronto dejé el jacket, lo cambié por unos jeans y una playera ligera con un rompevientos abierto, así salimos mi anfitriona y yo de vuelta al centro de Bern.

Abordamos un autobús de color rojo, parcialmente vacío. Recorrimos de nuevo hacia el Este y retornamos a Bahnhof. La anfitriona me explicó que la remodelación y el acomodo de Bahnhof les llevó dos años terminarla, la obra costó mucho dinero y que fue muy controversial en su tiempo. Yo le pregunté razones, ella me contestó con un tajante: impuestos.

Caminamos por la ciudad vieja, vimos algunas tiendas de Loeb, pasamos a un Migros por un bocado. Salchicha blanca con mostaza natural, mucho mejor que la French que te venden en Wal Mart; Rivella un refresco hecho a base de aceite de vaca, unos 6 CHF por todo.

En la calles vimos relojes y la cuneta del río Aare, y pasamos a unos metros de la casa de Albert Einstein, cerca, un restaurante de comida thai. Comenzaba a oscurecer, el ambiente semi frío de una primavera que no terminaba por llegar, al pie de los Alpes, el sonido del río, el montaje de los Fan Zone de la Eurocopa, instantes bellos, coloridos y sonidos apropiados.

Mi anfitriona me sacó de ese asombró y me dijo que si quería tomar algo. Respondí vamos, tu me llevas. Caminamos hacia uno de los puentes que rodea al Aare, que está en una C invertida, lo cruzamos, se podía ver las cúpulas del Parlamento y el montaje del escenario Fan Zone de la Bundesplatz. Al terminar el tramo de puente, a pie, bajamos por unas pequeñas escalerillas y encontramos un restaurante cafetería al pie del Río.

Nos sentamos en la terraza, adaptada para que veas el río y escuches el caudal. Platicamos muy brevemente de la vida y de futuros posibles, cerramos temas, nos lamentamos y creimos cosas  y no nos terminaban por tomar la orden. Salimos y subimos las escalerillas para terminar en otro sitio, no al pie del río sino cerca.

En este otro sitio pedí una Guinness y mi anfitrina un agua mineral. Continuamos con los futuros posibles, observaba distraído los carteles del reencuentro de The Police y su presentación próxima en Zurich. Venían a colación, de nuevo, los futuros posibles, yo ignoraba el tema, lo evadía.

Así pasó la noche, de hablar de futuros posibles, continué evadiéndolos el resto de mi viaje. Lo evadí en París, lo evadí en Bruselas, lo evadí en Florencia en 7 de junio. A la fecha aún evado el tema, la última vez que lo hice me costó que ese futuro posible se convirtiera en un alfiler lleno de detalles, fuerte y lleno de inseguridad que hace sentirme impotente para desenterrarlo y que aquel futuro posible se convirtiera en una realidad palpable, franca, llena de experiencias nuevas y poder compartir a plenitud los fines de semana que llegan a caer en jueves.