martes, abril 12, 2011

Montañas de nieve azulada.

Las montañas se ven hermosas desde aquí, hileras interminables de nieve azulada. El balcón derruido de esta casa del centro de la capital me hace pensar en una abrupta caída. La fuente de abajo es pintada por un junkie neerlandés. Doy un sorbo a mi café soluble y me sabe bastante muy mal, no puedo creer que tenga nostalgia por un Oxxo en este momento.

Hace frío, es el mes de octubre. No llevo ni un mes aquí, pero parecen años. No me otorgan la visa, no es posible que apenas el verano pasado podía entrar a tu país, ahora solamente me separan una firma y 180 euros para llegar. El centro sur de mi destino está a pocos kilómetros de la capital, quizá unos ciento veintisiete, como en aquel país americano donde los veranos no son tales.

Mi típica impaciencia no me deja pensar, ni actuar. Entro a la habitación, marco los números de un teléfono de disco: uno, tres, cero, cuatro, dos, cero, uno, cero. El timbre suena siete veces, no respondes. Salgo de nuevo al balcón, doy otro sorbo a este remedo de café, grito tu nombre y la gente de la calle mira asombrada.

Me quedo contemplando. Después de ello salgo a la calle, paso por la fuente maltratada por el holandés y sonrió, al menos me sacó una alegría, así son los de las tierras bajas. Llegó calle arriba cerca de la estación de tren, justo en el reloj medieval. Son las 11:57, a las 11:11 contemplaba de nuevo los Alpes, desde ese viejo balcón.

A punto está de hacer su número el viejo reloj medieval. La primera vez que lo vi, era primavera y hacía sol, una niña helvética me sonreía y emocionada, como yo, esperaba el medio día. Dan las 11:59, veo pasar una sombra, años que no le veía pasar; volteo a mi derecha y veo la tienda de relojes, con 110 CHF podré comprar un recuerdo para llevarme de esta capital, aun si no me dan el pasaporte, la indecisión, la maldita duda de este país, así con todo, quiero entrar y transitarlo, vivirlo, conocerlo y dejar que me conozca.

Medíodía. El reloj medieval hace el número, me marcho. Iré a la estación de tren para bajar hacia el puente, ahí quedar en la orilla del río de la capital y entrar al restaurante. Al pie de ese gran caudal, pido un cognac, el individuo que me atiende es amable, y me ofrece unas tapas. Observo la circulación del río, en algún momento de mi vida quise que mis restos descansaran ahí. 

De noche el río es genial, te ayuda a entender los ciclos y las cosas de la vida; pero es mediodía, entonces es sólo medio entendimiento. Llega mi cognac y la tapa gratis. El río transporta un pedazo de tela, me estiro, lo recojo, tiene una inscripción. En mi mal traducción al castellano entiendo la siguiente canción:

Me ahogaré en mis creencias, para que te quedes en paz. Me vestiré como tu sobrina para lavar tus pies hinchados. Solamente no te vayas, no te marches.

No alcanzo a vivir, no lo alcanzo, no estoy viviendo. Solamente mato el tiempo bebiendo cognac y esperando entrar a tu país, a ti. Tus manos pequeñas, tu sonrisa de gato que me mata, siempre me ha matado. Solamente no te vayas, no te marches, no huyas.

El amor verdadero vive en paletas de caramelo, papas a la francesa y nieve de muchos sabores. Pero el amor verdadero espera, si espera, en sótanos encantados. Solamente no te vayas, no te marches, no huyas, no te vayas...

Complicadamente dejo un par de sorbos del cognac, la tapa apenas le hice caso. Salgo del restaurante, dejo los 23 CHF de la cuenta, vuelvo a mi habitación y empaco. No me darán la visa, no podré entrar a tu país, no podré conocerte mejor, no podré contemplarte, aunque no te guste que te contemple. Debo ir a casa y contemplar desde un balcón propio las montañas de nieve azulada en el mes de octubre...

Dedicado a Dal, donde quiera que se encuentre y llegue a encontrar...