Tuve menos de cinco encuentros con el señor Carlos Monsiváis, pero quizá el que más recuerde es el primero. Después de la avalancha de artículos, columnas, textos y notas refiriéndose al Quevedo Mexicano, como lo dijo Proceso en su edicion de XXX Aniversario, decidí esperar un poco, antes de relatar esa primera experiencia con el Maestro.
Corría el año 2004, era el mes de febrero inusualmente frío. Era la Feria del Libro de Minería, yo trabajaba enfrente, en el Museo Nacional de Arte en la exposición de Libro de Ocasión organizada por la célebre y combativa Coalición de Libreros.
Tenía a mi cargo un stand de mi ex profesor de teatro, libros muy buenos de colección y un par de litografías de Gironela, más un volumen bastante olvidable dedicado a Corzas.
Atrapado entre revistas de la Universidad de México de los años 30, coleccionistas franceses y un uruguayo muy molesto que presumía tener la coleccion de todos los premios Casa de las Américas; así me aburrí después de tener durante una semana la biografía del Che Guevera, la de Castañeda, que por cierto Taibo II me vio y sólo me dio una sonrisa muy de enfado, no le pareció nada que leyera a su competencia en el tema de Ernesto.
En mi intento patético de ligarme a una dependienta de otro stand, hice amistad con un par de libreros: Raúl Valdovinos y Arturo. Raúl era el típico compra-vende, actitud de All bussiness y muy arrojado, hablaba cuatro idiomas y era respetado por sus compañeros; Arturo era más reservado, aunque tenía muy buenas joyas en textos para niños.
Era fin de semana y un sábado frío, febrero de contraste, sabiendo que mi amada se iba del país a terminar el invierno, yo sólo pensaba en la forma de viajar a Europa, no sin antes recorrer el Pacífico mexicano, un año sabático, antes de enfrascarme en agencias de noticias de segunda, una Secretaría de Estado, una radio con potencial pero con un dueño con más sombras que luces y una editorial de estilo de los años sesenta.
Y fue ahí donde le conocí, entre libros viejos, deseos de viajar, extrañando antes de tiempo a un amor. Su enorme complexión, su caminar pausado y rodeado de personas que querían saludarle, así Carlos Monsivais iniciaba el camino por los stands de la Feria del Libro de Ocasión.
Recorrió todos los stands: los libros para niños, los volúmenes de colección de Valdovinos, entre otros. Y el maestro así llegó a donde me encontraba. Me preguntó de manera pausada mi nombre y a que me dedicaba.Yo le contesté serenamente que terminaba mi Licenciatura en Comunicación.
El Maestro me decía: que bueno que estás entre libros y que aprendas de ellos, que era una muy buena decisión que estudiara comunicación y que continuara con mi camino, que no me dejara.
Monsiváis estrechó mi mano de firme manera, me dijo un hasta luego joven Alonso y se marchó de la Feria del Libro de Ocasión lentamente en medio de personas que le saludaban, así el maestro me inspiró a continuar en esto y buscar pase lo que pase esas respuestas a tantísimas preguntas.