lunes, agosto 09, 2010

Lluvia desde la ventana.

Es de noche, las ventanas de mi habitación se limpian por fuera, la lluvia que cae renueva el brillo de los cristales que permanecen relativamente opacos el resto del año. No tengo la mas mínima idea ni la explicación adecuada de la actuación de la lluvia en limpiar ventanas, es más efectiva que los químicos que se compran para lavar vidrio; con la lluvia de julio y el octavo mes, siempre quedan más relucientes.

Las lluvias el día de hoy me remiten a incomodidad, resfriados inoportunos, remedios caseros contra el frío, zapatos de piel arruinados, tráfico excesivo en las calles y molestias por no saber como sostener una sombrilla. Encima no poder disfrutar de paseos por el parque ni de mi deporte favorito, el patinaje.

Pero no siempre fue así. En estos tiempos de lluvia, de los que actualmente me quejo de manera exagerada y muy justificada, eran en mi infancia semanas de absoluta libertad, campamentos de verano, usar un hacha para cortar troncos y de vez en cuando una leve reflexión enmedio de un bosque en extremo húmedo.

Mi relación con la lluvia se ha ido deteriorando con el paso de las estaciones. Me es difícil actualmente salir a mojarme sin mostrar una preocupación por el resfriado posterior. Más aun, complicado me resulta reflexionar en un bosque húmedo y cortar madera como en los viejos tiempos de scout.

Es más, si mi contacto es mínimo con la leve brisa de la mañana, comienzan los síntomas del incómodo resfriado. Mi cuerpo se desacostumbró a la libertad, a poder disfrutar de un fenóomeno natural creador de vida y de alimento para plantas, animales y la tierra por todos lados. La lluvia, siempre tan oportuna y tan presente ha dejado en mi sólo molestia, pies sensibles y reflexiones poco populares entre la concurrencia.

Intento, trato y me decido con muy poco éxito. Una media noche me cambia la percepción de repente. Fueron 13 minutos de estar parado en la lluvia, sin más ni más, de contemplar como girabas, como gritabas y como sonreías. La escena parecía sacada de una de las últimas películas de guión original en ganar un Premio de la Academia; te imaginé en blanco y negro, tu sweater a cuadros, tu cabello rojizo, dabas vueltas y vueltas mientras llovía.

La interacción con esa brisa cambió en esos minutos, no importó que los zapatos se humedecieran, no importó escurrir desde la cabeza hasta los pies, no importó tocarme la cara y sentirla muy mojada, no importó el probable resfriado, nada importó. Ni el lodo que se formó al caer aquella brisa, ni las personas que se cubrían de ello, ni que hasta había olvidado la sombrilla, total, soy pésimo para llevarla.

Por escasos 13 minutos, volví a cortar troncos, volví a los bosques húmedos, traspasé esas ventanas que se limpian mejor con una buena tromba que con limpiadores de químicos, volví a sentir y a vivir...